OTRO CONCEPTO DE INTELIGENCIA: ESE AGUJERO NEGRO
ESTRELLA GARCÍA
La idea de una inteligencia sólo cognitiva que regule el éxito o fracaso en nuestras actividades o proyectos no tiene cabida en la actualidad. La teoría triártica de Stemberg (1985) o la de las inteligencias múltiples de Gadner (1983) han ampliado el concepto de inteligencia y nos proponen una inteligencia emocional más relacionada con lo social y la forma de entender nuestras propias emociones y las de aquellos con los que interactuamos. Nuestro pensamiento y nuestra conducta están guiados por la identificación de esas emociones y la clave de resolver mejor o peor los conflictos va a depender en un alto porcentaje de nuestra habilidad para identificarlas y saber manejar esa información para alcanzar el objetivo propuesto.
Las emociones no son buenas ni malas de por sí, forman parte
de nuestro día a día, se mezclan con nuestros pensamientos y ningún
razonamiento se escapa de una emoción. Es más, no sólo nos afectan nuestras
emociones sino también las de las personas con las que interactuamos.
En el caso de los niños con altas capacidades, las emociones
pueden jugar en su contra. No siempre logran los éxitos esperados por todos, es
más, no siempre son felices. Esa alta sensibilidad que les caracteriza puede
hacerles comprender conceptos abstractos, pero no les ayuda a hacerles frente
emocionalmente de manera que se preocupan por temas que escapan a la
experiencia de su tierna edad:
Jordi apenas tenía 10 años, su mente volaba
cada noche por el cielo estrellado intentando descubrir los misterios del
universo. Su padre le animaba a investigar y junto a él se sentía seguro y
comprendido. Otra cosa era el colegio y sus compañeros.
Parecía que esos niños fueran bebés que no
entendían lo importante que era investigar ese infinito cielo. Cuando le
identificó la orientadora como altas capacidades le propuso a su tutor que le
animara a realizar trabajos de investigación y exponerlos ante sus compañeros.
El tema que tocaba era el más adecuado para que Jordi se luciera “El Sistema
Solar”. En un primer momento Jordi flipó: “Por fin iba a poder iluminar la
mente de aquellos niñatos”. Preparó concienzudamente el tema, indagó en internet
y fue reforzando su idea primitiva de que el origen de todo estaba allí. Allí
se encontraba la clave de todo lo que nos rodeaba y por lo tanto la
investigación sobre los misterios del universo podía ser el pilar de todo el
conocimiento que él necesitaba.
Llegó el gran día y comenzó a hablar ante su
público también de 10 años, de estrellas, planetas, galaxias, agujeros negros,
explosiones, Big bang… Muy bien Jordi, ve cortando tu exposición. Ha sido muy
interesante, pero tengo que poneros los deberes para mañana.
-
¿Ya? ¡Pero si no he explicado aún nada! ¡Vaya mierda!
-¡Jordi!¡¡ Salte al pasillo inmediatamente!!
Sus compañeros le miraron como a un bicho
que había desafiado a su tutora, esa señorita tierna que le quería a todos y le
había dado la oportunidad de dar esa charla.
Jordi salió dando patadas a todas las
mochilas que encontró en el camino. A medida que andaba la señorita le miraba
más desafiante amenazándole con ir a la directora, él resoplaba como un
caballo, cerró la puerta de la clase de un portazo y se apoyó en la pared del
pasillo mirando hacia el suelo. De repente pasó por allí otra seño. Era una de las
agradables y se le acercó a preguntarle qué había pasado. Las palabras se le agolparon
y de repente comenzó a hablarle de niños tontos, agujeros negros, seño que le
tenía manía…
-
¡Jordi, calmaaa! Habla despacio, no puedo entenderte.
Esas eran las palabras clave, nadie le
entendía. Nadie era capaz de entender cómo se sentía. Había puesto mucha
ilusión en el trabajo, un trabajo que apenas habían escuchado los niños de su
clase y que no había sabido apreciar su tutora.
Aquella fue la primera vez que esta tutora
llamó a su madre, pero no la última. El trimestre continuó sin contemplaciones
con Jordi. Cada vez que se ilusionaba
con algo descubría que estaba solo y eso le hacía sentirse mal. No entendía a sus compañeros y ellos no le
entendían a él. Tampoco se sentía valorado por su tutora, ¿él era el raro? Su madre
le decía que era un niño muy inteligente, sin embargo, no lograba hacer lo que se
esperaba de él ¿sería tonto y no se lo habían querido decir? No podía alcanzar
los objetivos más básicos que aquellos niños tontos sí lograban. Después de
aquel desastroso trabajo no había vuelto a aprobar. Él sabía mucho de los
planetas, sin embargo, era incapaz de concretar sus respuestas en lo que le
pedían en el examen: era simple y tonto.
Son muchas las emociones que se dan en los elementos de esta
escena. Tenemos una profesora que se encuentra desbordada por una clase en la
que debe atender a una diversidad que cada día se manifiesta más en nuestras
aulas. Tiene un alumno con altas capacidades, pero también uno con déficit de
atención, posiblemente uno con síntomas del espectro autista, dos con
trastornos de aprendizaje, un emigrante que aún no domina la lengua española y
otros 20 dentro de la media que precisan que les explique, les repita la
explicación y lleve a cabo una programación que marca un ritmo difícil de
cumplir en esas condiciones. No obstante, es una profesional y siguió las
indicaciones de la orientadora y le propuso esa exposición, tras los primeros
diez minutos los compañeros empezaban a moverse demasiado y ya no escuchaban,
ella sabe que hay que cambiar de actividad en esos casos y además no había
puesto aún los deberes, por ese motivo apremió a Jordi.
Por otra parte, la escena se da en un aula con veintitantos
niños de 10 años. Cada uno tiene una idiosincrasia y pocos de ellos sentirán
tanto interés como Jordi por el universo y los agujeros negros. A los diez
minutos de cualquier exposición su atención decae y cada uno inventa algo para
distraerse. El vocabulario de Jordi les puede resultar en muchas ocasiones
elevado y poco comprensible. Jordi les resulta pedante y prepotente, un creído
que quiere lucirse.
La profesora que pasó por el pasillo posiblemente esté
pensando porqué se complicó ella la vida. Ese alumno no es suyo y ahora le
tocaba dar explicaciones a la tutora, la orientadora y la directora y al final
el niño en lugar de agradecerlo le mira con desdén.
Por último, Jordi. El protagonista de la escena está cada
vez más cansado de estas escenas. Se siente acosado. El mundo no le comprende y
está contra él. Duda ya de su inteligencia y los resultados se lo corroboran.
Diferente del resto de la clase no sabe relacionarse con ellos, sus intereses
son totalmente diferentes, los recreos jugando al fútbol no le gustan lo más
mínimo, por el contrario, los ruidos le afectan en exceso y lo pasa mal en esos
patios tan ruidosos, a sus compañeros no les entiende y a él no le entienden,
unas veces se sienta con un libro e intenta evitar a sus compañeros y otras se
pone violento porque alguno se ha burlado de él. Todos los sentimientos se
mezclan en la coctelera de su cabeza y no sabe controlarlos.
Un niño con alta sensibilidad es más susceptible a todo tipo
de estímulos, eso les dificulta la toma de decisiones y les hace más
vulnerables a las críticas, pero a la vez son niños que, si se les ayudan,
analizan cuidadosamente cada situación y pueden aprender a entender sus propios
sentimientos y los de los que le rodean.
Saber que lo académico no está aislado de lo emocional es la
primera lección que deberían aprender todos los profesores sobre las
características de los niños que presentan altas capacidades. Su sensibilidad
les hace sufrir en muchas ocasiones cuando no son capaces de analizar sus
propios sentimientos y empatizar con los demás. Aprender a distinguir sus
emociones y las de los demás es básico. Conocerse a sí mismo, sus diferencias y
similitudes con los iguales también lo es. Se trata de aprender a vivir rodeado
de personas que no siempre te comprenden y entender que si tú eres el diferente
lo más práctico es que seas tú quien aprenda a manejar esas emociones.